jueves, 6 de noviembre de 2025

Los apodos del poder: crónica de una política con sobrenombre

En España, la política es un escenario donde muchos discursos se desvanecen como humo y los cargos resuenan con ecos vacíos. Pero hay algo que perdura: los motes. Esas pequeñas cápsulas de humor, desprecio o admiración que, en dos o tres sílabas, condensan la esencia de quienes nos gobiernan. Aquí, un repaso literario de ese inventario de la ironía colectiva.

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, es un protagonista digno de epopeya moderna: "Fraudillo", "Perro Xanxe", "Sanchinflas", "El galgo de Paiporta"… cada sobrenombre es una pincelada de caricatura y reproche. Se diría que España prefiere retratarlo en apodos antes que leer su cambiante programa. Y quizás sea cierto: los epítetos sobreviven a leyes y decretos. Los títulos oficiales se borran, los motes permanecen.

En la política actual, la sátira se afina y se vuelve cotidiana: Yolanda Díaz es "la Yoli", diminutivo que acerca la vicepresidencia al café de la esquina. Alberto Núñez Feijóo ha sido bautizado en redes y medios como "Frijolito", una legumbre que simboliza contención, rutina y cierta moderación. José Manuel Albares es "Napoleonchu", mini emperador de la diplomacia, con el guiño infantil del "chu" final.

Isabel Díaz Ayuso se mueve entre lo devoto y lo irónico: "Ayusina" o "Santa Isabel de la Caña", patrona del espíritu madrileño. Miguel Ángel Rodríguez, el estratega, es "MAR" o "El Señor Oscuro", sombra que mueve hilos y murmura tras bambalinas. José Luis Ábalos quedó inmortalizado como "Mister Maleta", mientras Óscar Puente, con sus puentes metafóricos y reales, se ha ganado motes como "El Alcalde de X" o "Trump de Valladolid". Santiago Abascal, entre chalecos antibalas y discursos encendidos, se convirtió en "Sanvago Abascal".

No faltan tampoco los sobrenombres poéticos, no menos entrañables: Irene Montero es "la niña del resplandor" y Ione Belarra, "la niña de la curva". Incluso en política, la ficción y la realidad se mezclan, y un apodo puede ser tanto un halago como una sentencia.

En relación a la política histórica, los motes recuerdan que la tradición española de caricaturizar a sus líderes no es nueva. José Luis Rodríguez Zapatero, el "Faraón", caminaba por el Congreso con la solemnidad de un faraón de arena y polvo, cada gesto observado, cada pausa convertida en símbolo. Y Felipe González, el "Tigre de Mongolia", nos recuerda que la política del ayer ya estaba escrita con plumas de épica y exotismo.

Pablo Iglesias fue "El Coletas", mientras Pablo Echenique recibió el exótico y musical "Echeminga Dominga". En todos los casos, la política española se traduce primero en personaje, y luego en programa. Porque los apodos sobreviven más allá de los discursos: son cápsulas de ironía, memoria colectiva. Y, a veces, de justicia poética.